Lorenzo
Como se puede recordar a alguien que aun no se ha olvidado, como van a escribir estas manos inexpertas sobre quien conocía el don de la pluma, la prosa y el verso.
Lo que escribamos, lo que digamos y lo que recitemos no nos lo traerá de vuelta para pisar estas tierras manchegas, que él tanto amaba, no nos lo traerá de vuelta al menos en carne y hueso, en uña y pelo, en aliento y calor. Solo podemos resignarnos a intentar rescatar por unos momentos un poco de su brillantez, un poco de su sano delirio, de su fervor y vehemencia. Podría contar mil historias, anécdotas, travesuras y alguna que otra lágrima; porque cuando se quiere, cuando se quiere de verdad están permitidos también los enfados y las lloreras.
No puedo olvidar por ejemplo, esas tardes de algunos fines de semana de verano, de soponcio calor recorriendo la mancha en el volvo entre la neblina del ducados, las risas y prisas, los cabreos y besos: al Valle del Peral, a Castellar de Santiago, a la Solana a ver la plaza , pa´qui y pa´lla. Haciendo de la docencia una ciencia y de la historia una memoria. Porque no sabemos si este profesor loco hizo de su oficio una pasión, o de su pasión un oficio.
No puedo olvidar el albergue de la Ronda, donde tantos nos hemos acogido espontáneos y aliviados de saber que tendríamos charla y condumio asegurado. El café-solo de después de comer y la alegría de la compañía. Este entusiasmado de la vida, era generoso sin saberlo sin esperar una devolución recíproca. Ayudando a los demás, quizá también olvidaba sus propias tristezas.
No puedo olvidar a ese soñador empedernido envuelto entre los colores de la bandera de su pueblo y las voces de sus gentes, ilusionando, esperanzando y exaltando a la multitud. No sé si este hijo de la Mancha dijo entonces todo lo que pensaba, aunque seguro que pensaba todo lo que dijo sin dejarse impresionar por religión, política o credo, solo guiado por su máxima: la pasión por la tierra y aquellos que la trabajan, que la modelan, que la pintan y despintan con sus aciertos y sus errores, el fervor por esos manchegos silenciosos que decidieron un día dejarse embaucar y hacer tumulto.
No puedo olvidar a ese romántico de las estrellas, que dormía poco, que soñaba mucho y que creía que no había tierra mas imperfectamente perfecta que esta Mancha nuestra. Porque quería las cosas no por lo que valen, sino por lo que significan y estos paisajes significaban todo para él: eran su familia; a los que amaba hasta la saciedad, sus raíces que nunca olvidaba, sus gentes de las cuales se sentía orgulloso, eran su esperanza verde como las vides en los veranos y su desilusión como la sequedad de sus guijarros, y eran también sus amores y desamores como alegres sus vinos y tristes sus resacas….
Y tampoco puedo olvidar que todavía había tanto para discutir, para esperanzar, para ofrecer, para soñar… tanto para amar. Que solo puedo llorar y “empocingarme” y conformarme con intentar mirar a las estrellas con la misma ilusión y vida que él lo hacía.
Te queremos y por supuesto que no te olvidamos.